El arte de pintar con luz

Estamos seguros que el presente artículo llamará tu atención; apareció recientemente en el diario español Heraldo, y por su valiosa información lo transcribimos tal y como aparece en su página web.

El Pilar, con su nueva iluminación, con 530 proyectores (más que antes, pero con lámparas de consumo inferior). J. M. MARCO
El Pilar, con su nueva iluminación, con 530 proyectores (más que antes, pero con lámparas de consumo inferior). J. M. MARCO

Nadie negará haberse quedado ensimismado alguna vez al mirar cómo un hermoso monumento se recorta luminoso sobre el oscuro cielo nocturno. Ciudades como París con la torre Eiffel o Nueva York con la Estatua de la Libertad tienen como emblema estampas de ese tipo. Pero, como ocurre en el arte, en la iluminación lograr algo bello implica técnica, gusto, gasto y también algunos efectos secundarios indeseables.

Como es obvio, hay parámetros que condicionan el resultado final, desde las propias características arquitectónicas del monumento y su uso hasta el presupuesto disponible no solo para la instalación de las luminarias, sino también del gasto que supone en adelante el tenerlas encendidas.

Yendo por partes, lo primero con lo que se encuentra la persona encargada de afrontar un diseño de iluminación es con el monumento en sí. Cristina Camps, de la empresa Erco, que se ocupó de poner luz al interior de la Seo de Zaragoza y al Palacio de la Aljafería, precisa que «cuando se analizan las necesidades de iluminación de un espacio con estas características, surgen distintos conceptos de diseño luminotécnico». Hay dos básicos: iluminación arquitectónica (que realza «el espacio por sí mismo, enfatizando su verticalidad, sus bóvedas y los detalles propios de cada estilo») e iluminación «de acento», que sirve para «resaltar los elementos escultóricos o pictóricos» y «potenciar el relieve, matizando las sombras».

Según los usos del edificio, pueden hacer falta otras luces, como las necesarias para la celebración de los oficios litúrgicos si es una iglesia o las de limpieza y mantenimiento, que servirán para que puedan ver las personas que realizan esas tareas cuando el edificio está cerrado al público.

Marcos Eced, ingeniero turolense que -entre otras cosas- ha diseñado la iluminación para más de medio centenar de edificios de las comarcas del Maestrazgo y Albarracín, subraya que lo mejor es «ir a una iluminación global del monumento, dando a cada zona el tratamiento adecuado a la importancia que tiene». En una iglesia, por ejemplo, probablemente habrá que resaltar más la torre, la fachada de acceso o la zona del cimborrio en el interior, porque suelen ser las zonas más interesantes, pero eso no significa que el resto haya de quedar a oscuras.

Además, Eced da otra clave: «Hay que conseguir el mejor efecto posible con la menor potencia posible». Y coincide con Cristina Camps en que la iluminación ha de plantearse «con un carácter respetuoso con el edificio y su imagen». Eced matiza que un monumento contemporáneo y vanguardista puede permitir tratamientos más atrevidos u originales que la arquitectura con solera.

Además, para iluminar un bien de interés cultural es preciso el visto bueno de la Comisión de Patrimonio correspondiente, que vela por su conservación y no siempre autoriza la instalación de los aparatos de alumbrado donde los técnicos proponen.

La colocación de las luminarias es otro quebradero de cabeza, porque a veces requiere que los vecinos presten sus tejados o propiedades. «Cuanto más grande es la localidad, la colaboración es más difícil. En los pueblos, el cariño hacia el monumento lo hace más fácil. Además, en un pueblo suele haber más lugares disponibles: hay solares vacíos, las casas están más dispersas…», dice Eced.

Aún hay otro punto que plantearse: cómo hacer la instalación de la iluminación para que «su mantenimiento sea fácil y no represente una carga para los usuarios», en palabras de Cristina Camps. Ha de ser accesible porque eso «facilita su limpieza y reposición de forma periódica». Porque, como todo el mundo sabe, las bombillas se estropean con el tiempo.

En busca de la eficiencia

Las bombillas de incandescencia ya han pasado a la historia para quienes se dedican a la iluminación monumental. Eran poco eficientes (gran parte de su consumo energético se desperdiciaba convertido en calor y no en luz) y su vida útil era corta.

Ahora, lo que se emplea son las lámparas de sodio a alta presión y de halogenuros metálicos, y los LED (abreviatura de diodo emisor de luz). Optar por unas u otras, o por una sabia combinación, no es algo caprichoso. Obedece a las cualidades de las lámparas y a las características del objeto a iluminar.

El sodio a alta presión tiene una gran ventaja: su eficacia (producen mucha luz). Pero también una desventaja importante: su mala reproducción cromática (distorsiona los colores). La luz que emana de ellas es de un tono amarillo anaranjado que puede ir muy bien a materiales ocres, como el ladrillo, pero no ocurre lo mismo con la piedra gris, que se ve de un color que no es el suyo.

Para las superficies de colores fríos entran en juego los halogenuros, que combinan la eficacia con una adecuada reproducción cromática. Además, estas lámparas, sumadas a mejoras en las ópticas de los proyectores, ofrecen una gran versatilidad: se pueden lograr haces de luz anchos y de corto alcance, haces medios para que la longitud iluminada sea mayor y haces intensivos capaces de llegar a grandes distancias.

Un mismo proyector puede admitir lámparas distintas. Por ejemplo: los proyectores Arenavisión, fabricados por Philips, se usan en la torre Eiffel de París con lámparas de sodio y con unas de halogenuros (modelo Mastercolour), en el Pilar de Zaragoza. El Pilar, que estrenó iluminación en 2008, muestra que el uso de lámparas más modernas conlleva una gran reducción (en torno al 40%) en el consumo energético: «El Pilar tiene ahora más nivel de iluminación y se ahorra bastante en la factura eléctrica. Se han retirado lámparas de 2.000 watts y puesto otras que van de 150 a 250 watts. Se aprovecha mejor la luz y se evita que haya más contaminación lumínica porque se dispersa menos», explica Miguel Ángel López, promotor técnico de Philips en Aragón.

Pero lo último en alumbrado son los LED, pequeñas luminarias que se agrupan en regletas. «Es la tecnología del futuro», asegura López. Consumen muy poco en relación a la luz que generan, duran mucho (más de 5 años), proporcionan muchos colores distintos (sin usar filtros), no necesitan un tiempo de espera entre el apagado y un nuevo encendido, incorporan un dispositivo electrónico que con el software adecuado permite programar efectos lumínicos diversos y no generan ultravioletas (que estropean las obras de arte pictóricas al deteriorar los colores).

Pero no son la panacea. Al menos, no aún. «El LED es muy versátil, muy bueno para iluminación de cortina y de resalte, pero todavía son limitados en cuanto a cantidad de luz», señala Marcos Eced, que los ha empleado, por ejemplo, en el claustro del convento de Gea de Albarracín. También los hay en la balaustrada del Pilar.

Miguel Ángel López, que ha detectado un lógico interés por parte de los Ayuntamientos por esta iluminación, comenta que «es tecnología que se está desarrollando, cada vez se consiguen niveles de iluminación mayores. Se espera que para 2012 se tengan ya flujos luminosos similares a los del sodio o el halogenuro».

El Departamento de Energía de EE. UU. y la Unión Europea han apostado por incentivar el desarrollo de los LED porque los ven como fuentes lumínicas de «mayor durabilidad, energéticamente más eficientes y competitivas en el costo, y poseen menos impacto en el medio ambiente». Greenpeace, aunque en principio saluda la llegada de los LED, se muestra cautelosa. Recuerda que su producción implica «el uso de gases tóxicos» y apunta las dificultades de su reciclado, al ir integrada la lámpara y un dispositivo electrónico.

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